De Abraham, Dios dijo que era "su amigo" (Isaías 41:8, 2 Crónicas 20:7, Santiago 2:23). ¿Ha meditado usted en este aspecto? ¿Es posible ser amigo de Dios? ¿Cuáles son las condiciones para ser "amigo" de Dios? ¿Qué responsabilidades acarrea esta condición especial? Estas interrogantes y otras que sin duda se estará formulando, tendrán respuesta en este capitulo.
Juan 15:14-15
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.
Ser amigo de Dios es una condición posible de alcanzar
Si nos preguntamos qué características distinguen a un "amigo de Dios", podemos resumirlas en dos aspectos o puntos fundamentales: el primero es fe, y el segundo, obediencia. Ninguna relación se construye con un deseo individual, es decir, de una sola parte, sino con los dos interesados involucrados. Nuestro amado Padre está cordialmente interesado en ser nuestro "amigo"; sin embargo, para que el esquema esté completo, se requiere que de nuestra parte exista un interés similar.
Podemos ser sus amigos
El Señor Jesús anunció que podríamos ser sus amigos (Juan 15:14). Él dejó claro el propósito que tenía de concedernos ese titulo especial. Dijo, sin embargo, que para ser sus amigos, deberíamos cumplir los mandamientos. El proceso es sencillo: primero, los conocemos; segundo, los entendemos; tercero, los ponemos en práctica.
La historia demuestra que sí es posible ser amigo de Dios: Abraham fue considerado por Dios como su amigo (Isaías 41:8; 2 Crónicas 20:7). Fue fiel al Creador. Vivió en consonancia con aquello que Dios esperaba de Él. Mantenía íntima comunión y además, se fortaleció en la fe aun cuando las circunstancias adversas hacían temer que no se materializaría aquello que Dios le había prometido. Romanos 4:18 “El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho”…
El peldaño de la fe
La fe constituyó el peldaño que le permitió a Abraham ser considerado "amigo" de Dios (Santiago 2:22-23). La vida de Abraham puso en evidencia que tenía su fe arraigada en Dios; a pesar de las dificultades no menguó sino que creció porque cada nuevo incidente que enfrentaba, lo llevó a tomarse con mayor fuerza de la mano del Padre; mantuvo siempre la certeza de que Dios cumpliría todo aquello que le había prometido y además, fue agradable delante de sus ojos.
Es necesario volvernos a Dios para ser sus amigos.
Entre tanto nos movamos conforme al sistema de la mundanalidad, estaremos distantes de Dios y cosecharemos el fruto de la maldad que hayamos sembrado (Santiago 4:1-3). Nadie obra de buenas a primeras sujeto al pecado. Es cierto, nacemos con una naturaleza pecaminosa, pero la alimentamos con nuestros pensamientos, acciones y deseos. Y no podemos olvidar que aquél que se hace amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios (Santiago 4:4).
La decisión de ser amigos de Dios no parte de nuestro amado Señor, sino de cada uno de nosotros, Para lograrlo es necesario despojarnos de todo aquello que pudiera ligarnos a la vanidad del mundo. Significa en esencia, renuncia, porque el nos anhela celosamente. Esto quiere decir, que nos desea totalmente para el y no esta dispuesto a compartirlo con nada, ni nadie, que nos sustraiga su amor. (Santiago 4:5)
Para ser amigos de Dios es necesario honrarle (Salmo 96:8; Malaquías 1:6).
¿Cuándo honramos a Dios? Cuando andamos en sus caminos y, sujetos a Él, deseamos de todo corazón exaltarle con lo que pensamos y con lo que hacemos. El Señor espera un pueblo así, comprometido, que se desenvuelva en sus preceptos, los cuales aseguran una buena relación con el Padre, con nosotros mismos y con el prójimo.
Si aspiramos ser amigos de Dios, debemos reconocer su grandeza y poder (Job 37:23).
El mayor problema es que los seres humanos sin Cristo en el corazón, tendemos a confiar más en nuestras fuerzas y capacidades, que en el poder de Dios. Solamente cuando nos sometemos a Él aprendemos a desarrollar una estrecha dependencia del Padre.
Sin pretendemos ser amigos de Dios, debemos ser leales a Él (Apocalipsis 2:10).
Fieles a Dios no es otra cosa que obediencia y permanencia en Él, por encima de los acontecimientos que puedan embestirnos. Sea favorable o desfavorable la situación, estar firme en la brecha, asidos fuertemente de la mano de Dios. Y tener conciencia de que Él no nos dejará solos jamás.
Si anhelamos ser amigos de Dios, debemos disponernos para que Él nos guíe (Salmos 37:23).