Monday, November 7, 2011

Echa tu pan sobre las aguas

"Echa tu pan sobre las aguas
Porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aún a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra.”

Mayordomía, a veces la palabra cansa y a veces no reflexionamos en ella, a veces evadimos el tema de tantas veces que lo hemos oído y otras simplemente debemos reconocer que no la ponemos en práctica como se debe. Usualmente la asociamos a los diezmos y ofrendas, al tiempo dedicado a Dios y a la obra… pero más allá de ello, hay una mayordomía que posiblemente no hayas escuchado mucho.

“Echa tu pan sobre las aguas…” Que te parece si lo ves como si Dios te pidiera que usemos los talentos que él nos ha dado, que echemos nuestro “pan” en las aguas, que lo multipliquemos y perfeccionemos de manera tal que una vez nuestros talentos hayan llegado a su máximo esplendor (“después de muchos días lo hallarás…”) sean usados para bendecir, para impactar las vidas de otros y disfrutar de ellos con todo lo bueno que podamos hacer. (“Reparte a siete, y aun a ocho…”)

Una característica del pan es que al caer al agua se esponja y se vuelve más grande y si te lo comes en ese estado te sentirás mas lleno al comértelo. El agua para nuestros talentos será la práctica y el aprender a usarlos para hacer el bien, al terminar no solo nos sentiremos más plenos sino también mas preparados para utilizarlos para lo mejor.

Si utilizamos nuestros talentos para hacer bien seremos instrumentos de bendición, no solo para los demás sino para nosotros mismos. El propósito de tener un talento especial en una o más áreas no es para que lo guardemos y los escodamos sino para que logremos cosas grandes y maravillosas con ellos. Nunca permitas que nada ni nadie te impida desarrollar tus talentos al máximo y hacer el bien con ellos. ¡No hay talento que no valga la pena! Y esto es parte de nuestra buena mayordomía como cristianos y seres humanos, proteger y perfeccionar nuestros talentos.

Ámate

Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mateo 22:39.
Esta es una orden divina: ama a Dios, pero ámate también a ti. Si no te amas tú mismo, no podrás amar a los demás. Pero, amarse a sí mismo con equilibrio resulta difícil, después de la entrada del pecado en este mun¬do. ¡Necesitas sentirte digno de ser feliz y de realizarte como persona! Parece fácil, pero no lo es: implica reconocerte en condiciones de ser querido tal como eres.
El pecado hace dos cosas terribles: o te lleva a creer que eres el centro del universo o hace que te sientas sin ningún derecho de ser feliz. Existe mucha gente que, cuando se mira en un espejo, no puede evitar compararse con los demás, y cree que no vale nada y que no sirve para nada. Eso es lo que apren¬dió, desde niño, con la ayuda de padres exigentes que, a veces, le enseñaron a compararse con los demás.
Lo triste de todo esto es que el cuerpo expresa constantemente lo poco que te quieres con malestares y enfermedades. Los problemas de relación también son una evidencia de falta de autoestima, porque lo que haces con¬tigo mismo lo haces también con los demás. Gente querida, que vive a tu lado, termina siendo víctima de tu frustración y tu descontento.
Si no te amas a ti mismo, ¿cómo estarás siempre conforme, disfrutando de la vida y valorizando a los demás?
Tu vida se transformará en un calvario de calamidades y en una cadena de desencuentros, errores, fracasos y accidentes, que te harán sentir miserable.
Todo lo que parece estar mal a tu alrededor es resultado de un proceso autodestructivo inconsciente, de una forma de pensar negativa que solo crea problemas.
Pero, la buena noticia es que Jesús vino a este mundo no solo a morir por tus pecados, sino también a devolverte el equilibrio de tu valor. Ama a Dios con todo tu corazón, y el resultado natural de esa entrega será tu propia valorización.
Con este pensamiento en mente, sal para enfrentar las luchas de este nuevo día. Por donde vayas, valoriza a las personas, reconóceles la dignidad, enséñales a crecer. Quiere decir, ámate a ti mismo y proyecta, en los demás, la gratitud que sientes en tu corazón porque Dios te amó primero. No te olvides, ama a tu prójimo, pero como a ti mismo.
Dios te bendiga.

Hijos de Dios


Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios [...].
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios
y
guardamos sus mandamientos. Pues éste es el amor a Dios, que guardemos
sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. 1 Juan 5:1-3.

El verdadero cristianismo trabaja de adentro hacia afuera. Es un
manan­tial de agua pura, que desborda y lleva vida a quienes se
relacionan con nosotros. No es institucional, sino personal. No se
limita a no hacer cosas malas: es indispensable hacer cosas buenas. Esa
es la idea del versículo de hoy.
Nota bien lo que dice San Juan: él habla de “todo aquel que ha nacido
de Dios”; que ha sido convertido y se ha vuelto justo, porque se
escondió en Cristo. ¿Cómo vive esa persona? Tiene dos
características: guarda los Mandamientos de Dios y ama a sus hermanos.
No me voy a detener, hoy, en el aspecto de la obediencia; voy a
mencionar la importancia de vivir en armo­nía con los hermanos y de
amarlos.
Es una pena que este aspecto de la vida cristiana no es resaltado como
debería. Pensamos que somos el pueblo de Dios, pero no damos la debida
importancia a la unidad de la iglesia, basada en el amor a los
hermanos.
Por el contrario, a veces, por enfatizar un aspecto de la vida
cristiana, herimos sin piedad a las demás personas. No puede ser así:
si realmente nos hemos apoderado de la justicia de Cristo, es lógico
que el fruto maravilloso del Es­píritu aparezca en la vida.
Cuando digo “las demás personas o los otros hermanos”, debo comenzar
por mi hogar, con mi esposa, mis hijos y las personas que viven a mi
lado. De nada vale ser justo y comprensivo con los otros, si soy
injusto
e intransigente con los míos.
Todo día es un renacer; y si el sol volvió a aparecer es porque Dios
te ofrece una nueva oportunidad. Haz de este un día de amor hacia las
perso­nas, empezando por las que están más cerca de ti. Después,
piensa en aquella persona que te parece desagradable y llámala por
teléfono, para decirle que estás orando por ella. Orar por alguien es
la mejor manera de llegar a amarla. Y no te olvides: “Todo aquel que
cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios [...]. En esto conocemos
que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus
mandamientos. Pues éste es el amor a Dios, que guardemos sus
mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”.