"Salió Dina, la hija de Lea, la cual ésta había dado a luz a Jacob, a ver a las hijas del país" (Génesis 34:1).
Lease: Génesis 34:1-31
Dina era un chica sobre la cual hay en la Biblia un largo relato. Esta historia se narra en el Cap. 34 del Génesis. Obsérvese la avalancha de catástrofes que siguieron como una cadena de una primera equivocación cometida por la chica. De un modo especial destaca la traición de sus hermanos, que mancillaron el Pacto del Señor al atacar a los habitantes de Siquem, cuando estaban sufriendo el dolor de la circuncisión. La circuncisión era el signo del Pacto. A causa de Dina fue destruida toda la ciudad, y Simeón y Leví violaron la justicia porque se llevaron las mujeres y los niños de aquella ciudad como despojos. El resultado fue tal que Jacob consideró que "los moradores de la tierra lo tendrían por abominable", y tuvo que huir de Betel. Además, ella fue culpable de que Simeón y Leví recibieran una maldición en vez de una bendición al morir Jacob.
¿De qué equivocación procede esta serie de catástrofes? De algo que llamaríamos una travesura. Había sido educada en una casa que hoy llamaríamos cristiana. Pero sentía curiosidad por ver cómo era el mundo, y quiso establecer contacto con la sociedad.
Las tiendas de su padre se hallaban cerca de Siquem. Jacob no había establecido contacto con la pequeña ciudad. Sin embargo Dina quiso ir a la ciudad y contemplar las chicas de la misma, y aun quizá asociarse con ellas. Un día cuando sus hermanos estaban con el ganado dejó la tienda de su padre y se fue a "ver a las hijas del país".
Dina sabía muy bien que se exponía a serios peligros. Habría oído la historia de que (dos veces) su bisabuela y una su abuela habían sido prácticamente raptadas por príncipes locales. Y se fue sola, ¡a esta edad! ¡No había que preocuparse! Ya encontraría manera de que todo saliera bien.
Pero no fue así. Apenas hubo entrado Dina en la ciudad, y había entablado conversación con algunos transeúntes, que el príncipe, hijo del rey Hamor, que se llamaba también Siquem, como la ciudad, la invitó a su palacio. La historia no nos cuenta si Dina consintió o se resistió a los halagos de Siquem; sólo sabemos que éste "se acostó con ella, y la deshonró".
Entonces, se nos dice, el alma de Siquem se apego a ella y se enamoró de la joven y le pidió a su padre que se la diera por mujer.
El deseo de Dina por las cosas mundanas la había llevado a Siquem y allí había perdido su virginidad; sabemos que se quedó en el palacio, y posiblemente habría persistido en servir al mundo. Pero, no fue éste el curso que siguieron las cosas.
Sabemos que una vez pasados a cuchillo los siquemitas, Simeón y Leví, saquearon la ciudad, tomaron sus riquezas y se llevaron cautivos a los niños y a las mujeres. Al parecer esto no turbó en lo más mínimo su conciencia. Ante la reconvención de su padre por su proceder contestaron: "¿Había este hombre de tratar a nuestra hermana como una ramera?" Al pasar juicio sobre el hecho no olvidemos que esta hermana era la que había dado lugar a todo lo ocurrido.
Dina no ha sido sola. También hoy hay hijas que se cansan de residir en las tiendas del Señor. Quieren ver un poco del mundo. Quieren asociarse con los demás, y hablar de modo inteligente de lo que han visto. Esto no es pedir mucho. Sólo un leve contacto con el mundo.
Aunque no es de esperar que el resultado de este deseo sean también violaciones y asesinatos, ponen en peligro la religión del hogar, y esto puede implicar la muerte moral del alma. Para el mundo nada de esto tiene sentido, naturalmente. Pero para la Iglesia de Dios ésta es una degradación seria.
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